El deporte es mejorar, competir, superarse a uno mismo y a los demás. Marcarse objetivos, conseguir resultados, ganar, lograrlo. Y también perder, fracasar, fallar, equivocarse y cometer errores. A veces se gana y a veces se pierde. ¿Cómo te sientes cuando pierdes? ¿Cómo asumes el fracaso? ¿Qué tolerancia tienes a tus errores?
En ocasiones, la percepción de tus resultados está enormemente sesgada por una serie de distorsiones. Estas distorsiones en la percepción provocan que consideres un error puntual o un fracaso aislado como una característica propia, como que eres así. Entonces los errores no te ayudan a mejorar. Sientes inseguridad, tensión y rabia. Te centras en lo que estás haciendo mal y te olvidas de cómo puedes hacerlo bien.
Estas son las distorsiones en la percepción de la realidad más frecuentes:
1. Pensamiento todo o nada: clasificas los hechos en categorías blanco o negro. Si tus resultados no son totalmente perfectos, te consideras un completo fracaso.
2. El adivino: prevés que las cosas irán mal, y estás tan convencido de tu predicción que para ti ya es un hecho y actúas en consecuencia.
3. Etiquetación: no describes el resultado o lo que ha ocurrido, sino que automáticamente te pones una etiqueta negativa: “soy un perdedor”.
4. Personalización: muy frecuente en los deportes de equipo. Te percibes a ti mismo como la causa de un resultado negativo, del que en realidad tú no has sido totalmente responsable.
5. Descalificación de lo positivo: rechazas cualquier rendimiento positivo aludiendo que no cuenta por una y otra razón. De este modo, te aferras a la etiqueta negativa.
Estas distorsiones actúan de forma automática y sin que las cuestiones. Te impiden analizar un resultado de forma objetiva, te pueden crear creencias limitantes que bloquean tu rendimiento y deforman totalmente tu interpretación de la realidad.
Son el origen de la falta de confianza y una autoexigencia desproporcionada. Te conviertes en tu peor enemigo.
Te comportas como un juez, juzgas tu rendimiento y emites un juicio sin fundamento que te condena. Actúas como un verdugo, que ejecuta la sentencia y daña tu autoestima. Y te conviertes en víctima, que sufre la dura carga emocional y el bloqueo tu potencial que provocan estas terribles distorsiones cognitivas.