Dentro de un proceso de coaching es fácil que en algún momento busquemos representar en una figura (desde alguien cercano a un personaje público o uno de ficción) los valores que son esenciales para nosotros. Se trata de una forma fácil de, en una sola imagen, tener acceso a qué cosas nos parecen más importantes cómo brújulas de nuestra vida. Pero no resulta tan habitual el trabajar con el antihéroe. Ahora esta figura nos identifica los anti-valores o la cara más negativa, lo que más despreciamos o nos revuelve las tripas, lo que de alguna forma nunca queremos llegar a ser.
El problema es que, al igual que no podemos separar las 2 caras de una moneda, no podemos dejar de lado de alguna forma también los valores de nuestro antihéroe.
Y cómo parte de nosotros, el antihéroe tiene cosas que aportar, enriquece o equilibra al héroe, y sobre todo nos enseña nuestra sombra, esa que normalmente queremos esconder.
Así podemos ver cuando alguna persona nos molesta en exceso, o una actitud nos parece especialmente despreciable: ¿Qué es lo que nos molesta tanto, porque lo criticamos en lugar de simplemente ignorarlo?
De esta forma, podemos convertir nuestro anti-héroe en un “maestro”, término que se usa en coaching para referirnos a las personas con las que más nos cuesta relacionarnos en nuestra vida, porque nos enseñan algo importante de nosotros para continuar nuestro proceso de crecimiento personal.